El cuento narra la historia de una niña tan pobre que
ni siquiera podía comprar zapatos, y por eso andaba siempre descalza. Su madre
murió y una anciana, apiadándose de ella, la tomó a su cargo.
Y así llegó el día en el que debía hacer la
confirmación y le compró unas zapatillas rojas de las que se había
encaprichado. Eran muy bonitas, pero guardaban una sorpresa: desde que se las
puso, no podía dejar de bailar.
Las Zapatillas Rojas és un cuento para aprender a ser humilde y
sincero. Un cuento infantil tradicional de niños para educar en valores.
Las Zapatillas Rojas
Hace mucho, mucho tiempo, vivía una hermosa niña que se
llamaba Karen. Su familia era muy pobre, así que no podía comprarle aquello que
ella deseaba por encima de todas las cosas: unas zapatillas de baile de color
rojo.
Porque lo que más le gustaba a Karen era bailar, cosa
que hacía continuamente. A menudo se imaginaba a sí misma como una estrella del
baile, recibiendo felicitaciones y admiración de todo el mundo.
Al morir su madre, una atesorada señora acogió a la
niña y la cuidó como si fuera hija suya. Cuando llegó el momento de su puesta
de largo, la llamó a su presencia:
— Ve y cómprate
calzado adecuado para la ocasión.
— Le dijo su
benefactora alargándole el dinero.
Pero Karen, desobedeciendo, y aprovechando que la vieja
dama no veía muy bien, encargó a la zapatera un par de zapatos rojos de baile.
El día de la celebración, todo el mundo miraba los zapatos rojos de Karen.
Incluso alguien hizo notar a la anciana mujer que no
estaba bien visto que una muchachita empleara ese tono en el calzado. La mujer,
enfadada con Karen por haber desobedecido, la reprendió allí mismo:
— Eso es coquetería y vanidad, Karen, y ninguna de esas
cualidades te ayudará nunca.
Sin embargo, la niña aprovechaba cualquier ocasión para
lucirlos. La pobre señora murió al poco tiempo y se organizó el funeral. Como
había sido una persona muy buena, llegó gente de todas partes para celebrar el
funeral.
Cuando Karen se vestía para acudir, vio los zapatos
rojos con su charol brillando en la oscuridad. Sabía que no debía hacerlo,
pero, sin pensárselo dos veces, cogió las zapatillas encantadas y metió dentro
sus piececitos:
— ¡Estaré mucho más elegante delante de todo el mundo!-
se dijo. Al entrar en la iglesia, un viejo horrible y barbudo se dirigió a
ella:
— ¡Qué bonitos zapatos rojos de baile! ¿Quieres que te
los limpie?- le dijo.
Karen pensó que así los zapatos brillarían más y no
hizo caso de lo que la señora siempre le había recomendado sobre el recato en
el vestir. El hombre miró fijamente las zapatillas, y con un susurro y un golpe
en las suelas les ordenó:
— ¡Ajustaos bien cuando bailéis!
Al salir de la iglesia, ¡Cuál sería la sorpresa de
Karen al sentir un cosquilleo en los pies! Las zapatillas rojas se pusieron a
bailar como poseídas por su propia música.
Las gentes del pueblo, extrañadas, vieron como Karen se
alejaba bailando por las plazas, los prados y los pastos. Por más que lo
intentara, no había forma de soltarse los zapatos: estaban soldados a sus pies,
¡y ya no había manera de saber qué era pie y qué era zapato! Pasaron los días y
Karen seguía bailando y bailando.
¡Estaba tan cansada...! y nunca se había sentido tan
sola y triste. Lloraba y lloraba mientras bailaba, pensando en lo tonta y
vanidosa que había sido, en lo ingrata que era su actitud hacia la buena señora
y la gente del pueblo que la había ayudado tanto.
— ¡No puedo más!- gimió desesperada -¡Tengo que
quitarme estos zapatos aunque para ello sea necesario que me corten los pies!-
Karen se dirigió bailando hacia un pueblo cercano donde
vivía un verdugo muy famoso por su pericia con el hacha. Cuando llegó, sin
dejar de bailar y con lágrimas en los ojos gritó desde la puerta:
— ¡Sal! ¡Sal! No puedo entrar porque estoy bailando.
— ¿Es que no sabes quién soy? ¡Yo corto cabezas!, y
ahora siento cómo mi hacha se estremece.- dijo el verdugo.
— ¡No me cortes la cabeza -dijo Karen-, porque entonces
no podré arrepentirme de mi vanidad! Pero por favor, córtame los pies con los
zapatos rojos para que pueda dejar de bailar.
Pero cuando la puerta se abrió, la sorpresa de Karen
fue mayúscula. El terrible verdugo no era otro que el mendigo limpiabotas que
había encantado sus zapatillas rojas.
— ¡Qué bonitos zapatos rojos de baile!- exclamó
-¡Seguro que se ajustan muy bien al bailar!- dijo guiñando un ojo a la pobre
Karen
— Déjame verlos más de cerca...-. Pero nada más tocar
el mendigo los zapatos con sus dedos esqueléticos, las zapatillas rojas se
detuvieron y Karen dejó de bailar.
Aprendió la lección, las guardó en una urna de cristal
y no pasó un solo día en el que no agradeciera que ya no tuviera que seguir
bailando dentro de sus zapatillas rojas.
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